COSTUMBRES VIKINGAS

RELIGIÓN Y CREENCIAS NÓRDICAS

Hacia el III milenio antes de nuestra era, sucesivas oleadas de pueblos germánicos, procedentes de Europa central, colonizaron la región escandinava, llevando consigo el culto a la personificación de diversas fuerzas de la naturaleza, común a la mayoría de las religiones indoeuropeas. Estas migraciones coincidieron con un progresivo cambio climático que trajo inviernos más largos y gélidos.

Los Aesires eran dioses guerreros, moradores en Asgard, descendientes de un primer dios, Buri, según parece carente de atributos, que fue engendrado por la vaca primordial Audumla cuando lamía un bloque de sal. El dios mayor era Odín (o Wotan), llamado "padre de los dioses" y dotado de poder sobre todos ellos. Suya era la sabiduría, encarnada en dos cuervos, Hugin y Munin, que siempre le acompañaban. Aconsejaba a los reyes, a veces disfrazándose de mendigo e introduciéndose en las cortes reales y, armado de la imparable lanza Gungnir, era también un temible guerrero.

El segundo Aesir en importancia era Thor, hijo de Odín y campeón, señor de la tempestad y la batalla furiosa; él imbuía en los guerreros (berserks) la furia asesina en combate. Poseía un martillo mágico, llamado Mjolnir ("el aplastador"), que siempre volvía a la mano que lo había lanzado.

Tyr, hermano o hermanastro de Thor, era el dios de la espada, la batalla juiciosa y la justicia. Perdió su mano derecha al enfrentarse al lobo monturoso, Fenrir. Tyr y Thor se complementaban de la misma manera que los griegos Ares y Atenea.

Evidentemente, los vikingos no sólo creían en los dioses guerreros, pero en esta sociedad las armas eran empuñadas por la clase gobernante, puesto que estos dioses se convirtieron en los más importantes para el pueblo. Las numerosas historias de Thor, en las que recorre el mundo matando gigantes con su martillo, junto con las historias que escribieron testigos extranjeros, confirman esta teoría.

Si un hombre moría en combate, iba al Valhalla, donde los muertos luchaban de día y al anochecer sus heridas se cerraban; entonces se reunían en un gran banquete presidido por Odín y atendido por las valkirias. Las mujeres o los hombres que fallecían de muerte natural iban al Reino de los Muertos (Helheim), donde reinaba Hela. Éste era un lugar muy oscuro, donde las almas de los muertos flotaban por doquier como sombras sin cuerpo. Por supuesto, los vikingos preferían la muerte en batalla.

Los agricultores adoraban a Frei y Freya, dioses de la fertilidad. Los comerciantes y marineros invocaban a Njord (la antigua diosa Nertus) cuando necesitaban vientos favorables en sus viajes. Y otras profesiones tenían a otros dioses menores por patronos. Los nórdicos creían en la existencia de numerosos dioses de distinta importancia. Aparte de los Aesires, existían los Vanires, dioses de origen misterioso aliados de los primeros, si bien se habían combatido y cambiado rehenes, como Frei y Freya: esto sugiere que los Vanires eran deidades agrícolas, posiblemente anteriores al culto Aesir. Hay otras divinidades sin una filiación clara, como Loki, dios cuyo poder residía en la mentira y que siempre acompañaba a los Aesires. También poseían numerosos diosecillos y genios, como los enanos, elfos, gnomos y koboldos. Era normal que cada casa tuviera su correspondiente enano o ninfa tutelar, a los que se podían ofrecer sacrificios para recibir su ayuda u obtener una suerte favorable.

Los vikingos creían que el universo era un gran fresno llamado Yggdrasil. Bajo el fresno, entre las raíces (en el submundo de Helheim), vivían las Nornas, tres mujeres ancianas (como las Moiras griegas) que tejían los hilos de la vida en un gran tapiz para el que se empleaban los hilos de todas las vidas. Cuando una persona moría, cortaban su hilo. Los hombres vivían en el medio de Yggdrasil, en un lugar llamado Midgard, formado por Odín y sus hermanos a partir del cadáver del gigante Ymir. Los malignos gigantes del hielo, los Jötuns, vivían en Utgard, en el otro extremo del fresno.

Querían invadir Midgard, y estaba escrito que llegaría el día (Ragnarok) en que ellos, junto a los grandes demonios (el monstruo de fuego Surtur, el lobo Fenris, la serpiente Jörmundgander...), combatirían y darían muerte a los dioses, cuando las crías de Fenris hubieran devorado el Sol y la Luna y el invierno eterno se cerniera sobre la Tierra. Pero hasta entonces, los Aesires protegían Midgard de los Jötuns y las tramas del infame Loki. Los dioses vivían en Asgard, en la copa del árbol.

Por desgracia, no existen muchos testimonios escritos originales sobre los vikingos, ya que la escritura fue casi desconocida hasta la llegada del cristianismo. Algunas de las fuentes son las antiguas piedras rúnicas, donde se describe superficialmente a los Aesires, y algunos de sus rituales. Otra fuente de información son las historias de Islandia y los textos de los mercaderes árabes originarios de Oriente Medio. Una tercera fuente, mucho menos fiable, fueron las historias escritas por monjes, a menudo posteriores a la era vikinga, con las que los cristianos intentaban desterrar el culto a los Aesires

Además, existen restos arqueológicos que ofrecen alguna información más sobre el culto a los Aesires; en su mayor parte se trata de tumbas halladas en aldeas vikingas.

En la actualidad, en las excavaciones de las tumbas, los arqueólogos pueden encontrarse con numerosas sorpresas: desde restos de caballos hasta pequeñas joyas, como un amuleto con la conocida representación del martillo de Thor. Eso indica el alto grado de convicción en la existencia de una vida después de la muerte en el culto Aesir.

Sin embargo, es probable que estas tumbas correspondan al período en que el cristianismo empezó a desplazar el culto pagano vikingo. Esto significaría que los vikingos ofrecían sacrificios en honor a los muertos, a quienes por otra parte ofrecían comida, y a quienes amortajaban con joyas y símbolos tanto paganos como cristianos, quizás porque querían asegurarse de que el difunto llegara a un sitio de descanso, ya fuera el Valhalla o el mismo cielo.

Marineros muy expertos, navegantes incansables, temidos por doquier, los pobladores del Norte, procedentes del frío, entendieron la divinidad a la medida de la propia fuerza, de la propia brutalidad. Entre ellos, los conceptos del Mal y de la muerte se fueron asociando al frío, a la oscuridad de los largos inviernos y al propio Norte, la morada de los hielos oscuros. El Bien, sin embargo, era para ellos las fuerzas contra las que combatían para conquistarlas: la luz del sol, lo cálido, las tierras feraces.